Pánico.

La piedra rebotó tres veces en el agua. ¡Por fin!
-¡Mamá! Corre, ven, lo he conseguido.
No hubo respuesta. Se giró lentamente y descubrió que su madre no estaba.
-¿Mamá? ¡Mamá!
El viento comenzó a soplar más fuerte, las altas hierbas que rodeaban el lago acariciaban su suave piel, provocándole escalofríos. El color de sus mejillas despareció a la vez que el pánico se apoderaba de ella.
-Mamá, por favor, estoy asustada.
Su voz acostumbrada a ser cortante y seca se turnó dulce y temerosa. De los dieciséis regresó a los seis años con a penas un pestañeo. Se abrazó a ella misma y empezó a correr en dirección a donde había visto a su madre por última vez.

Cayó pero se levantó, su delicada piel se había teñido de un rojo brillante por culpa de la caída, mas a pesar de todo tenía que encontrar a mamá. Era lo único que tenía, o eso creía. Su hermano había muerto a manos del loco de su padre, ¿no?
Aún recordaba las sábanas de la cama de Daniel manchadas de sangre y su pequeño cuerpo cubierto de la misma sustancia brillante. De su boca brotaba un hilo rojo mientras que sus ojos habían perdido el color.
Un escalofrío le recorre el cuerpo al pensar en esa bestia que había tenido como padre. Afortunadamente el mismo había decidido desaparecer para siempre, porque ella no le ayudó, ¿verdad?
Apartó los pensamientos y continuo caminando con la esperanza de encontrar a su madre hasta que recuperó la poca cordura que le quedaba y se dio cuenta de que era ella quien había matado a toda su familia.
Empezó a reír sin cesar, ¿por qué? Estaba loca, y en busca y captura, para añadirle más emoción al asunto. Se odiaba a si misma pero ellos tenían la culpa de estar muertos, ¿o no? No la querían, no se sentía querida.